viernes, 11 de septiembre de 2009




Cada noche enciende la hoguera, forma parte de ritual del día. Xuen-li vive solo, poco necesita y menos ostenta. Hace tiempo que dejó las banalidades de la vida para los arrogantes. Le gusta calentarse y sentir el olor que desprende la leña de cerezo mientras come un poco de arroz con verduras en un cuenco de madera que manifiesta su esencia en su vejez. Mientras degusta su exquisito y sencillo ágape, escucha la conversaciones que la hoguera de septiembre le crepita.

Existió en algún lugar recóndito la alegría de la luz. Sus destellos penetraban en los corazones endurecidos y fosilizados.... -¿Quieres que te cuente por qué la luz dejó de enternecer a los corazones perdidos y desahuciados?- le sugirió la hoguera a Xuen-li.
-Ya sabes que las historias, para que arranquen con buen pie, requieren que se las obsequie con un presente. Muéstrame tu manos vacías y tu corazón lleno y la historia nacerá en ti- El viejo anciano dejó de comer, depositó el cuenco en el suelo y los palillos los recostó sobre la boca del recipiente, se miró las palmas de las manos resecas y ajadas y se las mostró a la hoguera. Ciento treinta chispas, a modo de pequeños puntos de luz, tomaron las palabras como única voz.

Érase una vez en el centro del mundo....

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¿Te has preguntado alguna vez por el centro de tu mundo?
¿Cómo lo nombras?
¿Cómo lo reconoces?
¿Dónde lo ubicas?


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