jueves, 19 de febrero de 2009





El viejo balancín de madera envejeció sin animo de lucro ni de carnaza. Con el paso del tiempo le salieron grietas y agujeros, por las lluvias pasadas, las noches al raso y por los cuchillos afilados de los inspirados enamorados. Sus arandelas se oxidaron estremecidas por el calor virginal de las manos inocentes que lo montaron. El columpio perdió su ritmo y su lozanía, reliquia, ahora, del recuerdo del salitre y las risas de las olas.
Ya no hay huellas de juegos en la arena, pero amanece cada día en la playa solitaria y, en la quietud, es testigo silencioso de las brisas del pasado, pero en lo más íntimo de su reseca madera se sonríe diciéndose que le quiten lo columpiado.


Invoco tu nombre....

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