lunes, 2 de marzo de 2009






Recuerdo que yo también tuve una mata de pelo larguísima que trenzaba o que ataba en cola de caballo. Se balanceaba a derecha e izquierda o viceversa, según mis movimientos, al caminar, saltar a la chancla o correr.
Un día un perro se encapricho del balanceo de mi cola. Recuerdo que ese día la tenía decorada con un lazo de terciopelo de color rosa y el chucho callejero de amo indolente dio un bote y con veloz mordisco la agarró para no soltarla. Ya veis a Ana con su cola adornada con un feroz canino colgando de ella. Ana gritaba, el amo del perro también, pero el maldito perro siguió suspendido de su cuelgue. La playa era gritos y llantos frenéticos hasta que el amo del chucho consiguió cogerlo y desasirlo de mi tremenda mata de pelo sufriente.
Me costó recuperarme del susto y del miedo a los perros, pero mi pelo soportó como un titan el peso del animal. Pasado un tiempo, mis cabellos empezaron a ondularse hasta convertirse en rizados. Con los años entendí que las células se habían impregnado del miedo de lo acontecido y expresaban su trauma bucleándose.
Cosas de la vida.

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