Mi oso y yo bailábamos

Ana está cansada y un poco triste. Cansada porque ha trabajado por la mañana. Realiza trabajos domésticos en casa de un médico jubilado. También, ha cuidado a su nieto por la tarde y triste porque viene de bailar. Me comenta que le encanta bailar. Suele ir a una sala de fiestas los viernes por la tarde con algunas amigas donde hoy ha escuchado una canción que le ha recordado momentos en los que bailaba con su marido. Cuando sus niños eran pequeños, tiene tres varones, y no podían salir de fiesta, se enchufaban el tocadiscos en el comedor de casa y pasaban sus tardes de guateques como dos adolescentes. Sus hijos los observaban, embelesados, comiendo palomitas sentados en el sofá. Me ha emocionado con la ternura que lo explicaba. Los ojos le brillaban, se encogía de hombros e inclinaba la cabeza hacia un lado como acurrucándose. Creo que cada una de las células de mi cuerpo se han estremecido.Toda yo, me he agitado espasmódicamente ante la belleza de la imagen descrita.
Esas pequeñas grandes cosas de dos, esos paraísos personales cómplices, esos universos que nos salvan y nos rescatan de nuestros propios demonios. En suma, eso que el poeta llamó amor.