jueves, 30 de abril de 2009



Recuerdo que el lavadero estaba lleno de agua a rebosar y era verano. Su padre lo cogía de las piernas y lo introducía boca abajo en él. El niño lloraba y gritaba. El padre lo sacaba y lo metía para que escarmentara, yo no entendía nada de lo que se hablaba, sólo sé que mi madre le dijo que cómo se atrevía a hacer eso con una criatura tan pequeña. El hombre dejó de ensañarse con el niño. Se hizo un silencio que duró mucho, se fueron, eran de Madrid y estaban alquilados en casa.
Hace dos años, en un retiro espiritual, en medio de la meditación sentí un gran dolor en el pecho, una tristeza indescriptible y un llanto desconsolado me embargó, lloraba por él y lloraba por mí, por todos los niños maltratados por él, también por mí.



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