
Willy Ronis
No tenía más de tres años y ya iba a la escuela con una sillita de madera de color rosa a cuestas y garabateaba en una pizarrilla pequeñaja que aguantaba en su regazo; los papeles se reservaban para los escolares de mayor edad.
La habitación, que hacía la función de clase, tenía una gran ventana situada detrás de la mesa de la profesora que daba de cara a sus morrillos a la hora de la lectura. A sus ojos infantiles le faltaba tiempo para escaparse imaginando por ella hasta que un mosquito le picaba en el brazo y le hacia volver a la realidad. El mosquito se llamaba Rosita y era la maestra.
Tanta escuela para no saber escribir ni cuatro líneas que acaricien cualquier sensibilidad. Tantos años y no sabe encadenar el orden lógico de las palabras, ni las comas, ni los puntos, ni la ortografía. Escribe a saltos y mal. Y la muy cretina se atreve a poner estas pamplinas en un blog.
¡ESCS! de tortugas analfabetas.
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