sábado, 19 de septiembre de 2009




Todos nos tenemos que morir.
Vamos muriendo casi sin sentir nada especial, pero hay una muerte que nadie conoce ni sabe, que se te amanece y se te anochece como el día, que tiene sus horas y sus momentos. Una muerte insignificante, pequeña, muy de uno, que casi ni se escucha; pasa desapercibida como si una alma en pena la traspasara y nos quedara una sensación imprecisa de ella. Un poso nublado en la mirada. Hablamos de una muerte sin materia, pero con sustancia. Una muerte que nos vive mientras respiramos y se extingue cuando desaparecemos.

... pero uno sólo se puede morir si está vivo.



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